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P o e m a s

Mujer Caribe

 

Declaro en secreto y en público,

de frente al mar

con la mirada puesta en mi vida,

que soy mujer Caribe,

de vientre como  los arrecifes,

de  sueños embadurnados

con la bruma del mar,

de pudores con castillos

resguardados

y en mis cuencas

una república independiente

que contempla mi hoy.

Mujer Caribe,

de aliento dulce y fresco

como el agua de los cocoteros,

con el ébano fundido

en el color de mis ojos

y en la ola ondulante

de mis cabellos,

palmeras que ondean

y juegan con el viento.

 

Soy Caribe porque soy mar,

Caribe que circunda con el  río.

costeña y ribereña,

ribereña y costeña,

Gaita, guacharaca,

flauta de millo

y un tambor

de cumbia a mis oídos.

Brisas, piel, olas,

caricias, arena,

sal, sal, sal,…

mar, mar, mar.

 

¡Soy Caribe

y punto!

 

 

 

La receta de hoy

 

 

La cocina  esperó por mí

para hacer de ti mi mejor receta.

 

Adobé tu piel con dulce fragancia de naranja,

le puse la sazón de mis manos

y a los olivos le extraje su opulento aceite,

para que el roce fuera fluido, suave, armonioso.

 

Tras mezclar y entremezclar,

quedaron residuos en mis uñas,

se me empotró algo de ti,

así que lamí uno a uno mis dedos,

para que tu amor no sólo me entrara

por tus besos, tus caricias y tu sexo.

 

El vino,

el vino lo caté de tu sonrisa

que me dejó un halo de entrega total,

de una cosecha que hoy ya no existe,

que me embriagó al brasearte

en tus propios jugos.

 

Todo estuvo dispuesto.

Te cociné a la temperatura exacta de mi cuerpo,

de mi vientre.

Probé y supe que mi plato era perfecto,

exquisito, para repetir.

CONCIERTO SOBRE EL FUEGO

Me insinué ante ti desde antes que encendieras el fuego.
Ya habías irrigado algunos aceites sobre mi piel;
escogí una que otra especia que me perfumara
y le esparcí picante
a esta parte de mí que tu fuego consumiría.

Me posé sobre ti, fuego del sábado,
el concierto de final de semana había comenzado,
nacía la simetría exacta de la cocción.
En ese término,
oía la quinta sinfonía de Beethoven
mientras me fundía en tu fuego,
veía ángeles vestidos de humo
mientras hacía ondear mi pelvis


y sentía dentro de la piel
mi alma sublimándose con la tuya
mientras me desgarraba en gemidos.

Era más que mi carne, era más que tu fuego,
éramos almas como sustancias que se desprenden
de la materia para hacerse inmensurables.
Y fui viendo mi cuerpo agridulce
con el dulce de tus besos.
Toda mi piel glaseada con tus sudores;
sí, era mi piel de color avellanado
que tu fuego precisó en la finura del paladar.

Fueron más que insinuaciones sobre el fuego,
más que un concierto sobre la sartén.
Me posé sobre tu brasa nocturna,
penetré tu corazón -entonces míoy
me supe amada.

Vendrán otros sábados y otras noches.
En ese tiempo,
ya estaré salpimentada, saborizada y sazonada,
justo para alojarme en ti,
¡y que suene el concierto otra vez!

 

Sabores de invierno

 

Este invierno con brasa de lluvia
y fuego húmedo en sus aguas profundas,
Lo presiento en su voz de lluvia madura,
del calor y de este grado de humedad.

Es este sabor a invierno fértil,
fecundo, de intensas honduras.

En esta mañana un poco fría
y de nubes preñadas,
los tizones arden
y la cacerola está a punto de hervor,
mis muslos caramelizados
en salsa de invierno balsámico,
mis labios almibarados
con cerezas dulces rubí
y el envés de mi pecho descubriéndose para ti,
paso a paso se delatan ante tu mirada.

¡Vamos mi dulce encanto!,
saborea mi piel-lluvia, amor,
que me llueven las feromonas
y los abismos y mis tempestades.

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